Ya tenía ganas de escribir una crónica “desde dentro”, porque casi se me había olvidado qué se siente al ponerse un dorsal y darlo todo en una carrera. Fue este pasado sábado, en Larreak Bizirik, y antes incluso de correr ya había sido uno de los más rápidos… pero solo en apuntarme. La organización ofrecía 150 dorsales y volaron en cuestión de minutos, así que tuve la suerte de reservar el mío a tiempo.
Había visto imágenes y vídeos de otras ediciones y la carrera tenía muy buena pinta por varias razones. La primera, porque se celebra de noche, y eso ya le da un toque muy especial. La segunda, porque se veía que los habitantes de Olaz-Subiza y de la Cendea de Galar se vuelcan con la organización: se visten con trajes típicos, incluyen figuras mitológicas y crean un ambientazo increíble. Y la tercera, porque detrás del evento está el mismo equipo que organiza la Galar Trail, que es un carrerón. Vamos, que tenía alicientes de sobra como para no perderme la cita.
Recogí la bolsa del corredor en el edificio del Concejo de Olaz donde se incluía camiseta del evento, dos caldos de aneto y dos paquetes de filipinos, además del dorsal, imperdibles y pegatina para la consigna. La sorpresa vino en el sobre del dorsal, que incluía una tarjeta escrita a mano . Allí dentro se estaba de maravilla, así que aproveché para tomarme un café calentito a ver si entraba en calor. Poco a poco fueron llegando más corredores, y alguno que otro se sorprendió al verme por allí con pintas de correr… jajajaja. Al fin y al cabo, muchos solo me conocen con el micro en la salida, no con un dorsal puesto.
Di una vuelta por el frontón para ver el ambiente y la carrera infantil, y me encontré con muchas más caras conocidas que apuraban la hora para recoger el dorsal. Empezaron a caer las primeras gotas, así que me metí en el coche para resguardarme y terminar de prepararme para la carrera.
Y entonces llegaron las dudas: cortavientos sí, cortavientos no. Para el calentamiento estaba claro que sí; para la carrera… ya veríamos.
Calenté trotando por el pueblo, pero al ser pequeño (34 habitantes según el INE 2024), tocó dar varias vueltas por las mismas calles. Un poco de movilidad de tobillos —que siendo un trail nocturno había que llevarlos bien despiertos— y unas progresiones, porque la carrera era corta, apenas 6 kilómetros, y el primer kilómetro además era favorable. Ya me avisó Mikel Esteruelas: “El año pasado, el primer kilómetro salió a 3:30”. Jajajajaja… Estamos entrenados, sí, pero no para arrancar a esos ritmos.
Momento salida. Momentazo salida. Música potente, bengalas y los personajes de la carrera haciendo su baile de bienvenida delante de los corredores. Nada más arrancar, pasillo de bengalas y antorchas antes de meternos en el monte en los primeros metros. Como era lógico, todo el mundo salió a tope desde el principio. El camino era ancho, así que adelantar —o que te adelantaran— no suponía ningún peligro.
Por delante teníamos unos 6 kilómetros con tres subidas, y ya nos habían avisado de que la más dura sería la última.
No conocía nada del terreno. Verse, se veía poco si levantabas la vista, pero los senderos y los caminos eran espectaculares, más aún iluminados solo por nuestros frontales. Llegamos a una zona con bastante animación y, viendo ahora el recorrido, resulta que era lo que se conoce como el Pozo de la Sal. Ahí sí que había muchísima gente: antorchas, velas y un ambientazo increíble. Eso nos dio fuerzas para afrontar la última subida, corta pero intensa, que nos llevó hasta la ermita de San Miguel, la última cumbre antes de un descenso rápido, primero por sendero y luego por pista, para regresar de nuevo a Olaz.
Buen calentón: 30 minutos clavados, ni un segundo más ni un segundo menos, para terminar en la posición 19 de los 140 participantes en meta. El tiempo y la posición son lo de menos, lo cuento solo como anécdota. Lo realmente importante es que volví a sentir buenas sensaciones a estos ritmos, algo que no experimentaba desde hacía muchísimo tiempo. Ahora entreno con más continuidad, aunque las carreras de fin de semana cada vez se espacian más. Pero no me preocupa: también disfruto, y mucho, con el micrófono en la mano.
Al llegar a meta nos esperaba un caldo bien calentito, más que necesario, y nuestra mochila en el guardarropa para cambiarnos rápidamente, ya que no había servicio de duchas. Así que tocó quitarse la ropa mojada rápido, mientras charlaba con mi primo Asier, que ya tiene mérito: venir desde Falces a Olaz a ver la carrera con la tarde tan desapacible que teníamos.
Tras la carrera tocó disfrutar del Pintxo Pote que ofrecía la organización, un momento en el que nos juntamos todos y charlamos hasta que nos invitaron a salir al frontón. Allí se entregarían los premios y los vecinos de Olaz, vestidos para la ocasión, nos deleitaron con un baile muy especial.
Poquito más que contaros. Ganaron Andrés Roncal y Ainara Alcuaz, y todos los del podio se llevaron un trofeo muy chulo… o, al menos, diferente: una escoba personalizada con el nombre de la carrera.








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